miércoles, 14 de abril de 2010

Anécdotas apócrifas de la historia 3

Anécdotas apócrifas de la historia
De lo acontecido a Mr. Cheapton y sus bugamanga
explorando las selvas interiores del África


Tras varias jornadas de dificultoso avance por la selva desde poblado de Monoentanga, donde Mr. Cheapton había adquirido a sus actuales porteadores de la tribu de los bugamanga, el millonario inglés alcanzó por fin de nuevo un una zona clareada, indudable indicio de un asentamiento cercano.

Los nativos les habían visto primero, mucho antes, mas optaron por permanecer al acecho por ver lo que hacían esos hombres cargados de cajas que seguían al mono rosa.
Cuando Mr. Cheapton llegó al centro del poblado nadie salió a recibirle. Las chozas parecían vacías, como comprobó asomándose a un par de ellas a la vez que instaba a sus porteadores a que atisbaran por su cuenta, aunque no abandonadas.
Sin duda la tribu se había escondido en la selva alertada por su llegada. Estarían asustados, pero si les esperaban allí, no tardaría en aparecer alguien, un emisario paria asignado para comprobar la peligrosidad de los extraños.

Quizá porque no habían descubierto aún lo de echar a suertes, el caso es que al poco aparecieron todos de golpe, llegando todos desde el mismo lugar y bien juntitos, como si fuera un batallón comprimido. Llegaron dando pasitos cortos y gritando algo parecido a un "Juja-Juja", y se detuvieron en bloque a veinte metros del explorador y sus bugamanga.

Mr. Cheapton se acercó llevando como su sombra a su intérprete local, un negro llamado Bum-Bum, y le indicó a éste que transmitiese sus saludos e intenciones pacíficas al jefe, que debía ser aquel de ellos con más cráneos de serpiente colgando de las orejas, según la costumbre extendida entre las diversas etnias de la zona. O para simplificar: el de en medio del grupo.

Tras el pertienente parloteo ininteligible para el inglés, Bum-Bum le comunicó los deseos del jefe de conocer inmediatamente los obsequios que el mono rosa había traído.
Mr.Cheapton lo tenía todo previsto, y cargaba algunas baratijas que en Europa no valían gran cosa, pero que impresionaban sobremanera a aquellos salvajes.
Así, se dirigió a una de las cajas y extrajo una palangana de latón, la cual ofreció al líder de la tribu ceremonialmente.

El jefe, arrugando la cara despreciativamente y escupiendo sobre el recipiente, se giró hacia atrás y, sumiéndose entre la marabunta de paisanos apiñados contra él a sus espaldas, volvió a emerger inmediatamente con un jarrón de plata de diseño veneciano que alzó con una mueca chinchona.

Mr. Cheapton, maldijo para sí. Comprendió que algún otro explorador blanco había pasado por allí antes que él, habiendo educado a aquellos salvajes con sus regalos excesivamente valiosos en el diferente valor de los metales y la talla.
No era la primera vez que le ocurría algo similar -¡Maldito turismo! ¡Esto ya no es lo que era!- Se lamentaba recordando su primer viaje al África profunda, hace diez años, cuando aún los salvajes se impresionaban y rendían ante un cepillo de dientes. Cuando jamás habían visto un blanco antes y le trataban como divinidad, cuando disparaba su rifle y era el Dios de Trueno.
-¡Tanta masificación lo jode todo!

El jefe ordenó a sus guerreros registrar la caja de regalos del mono rosa, y no habiendo encontrado más que baratijas insultantes, largó de allí al explorador y a sus bugamanga a punta de lanza.
Luego regresó a su choza a escuchar un roído disco francés en la gramola.

1 comentario:

Georgells dijo...

Espectacular! es una metáfora sensacional de la tan traida "globalización".

Genial,

G.