martes, 11 de abril de 2006

N-II

Salí de Barcelona pasadas las 17:00 horas. A pesar de mis temores iniciales, me he sentido cómodo estos días conduciendo por la ciudad, es más fácil orientarse y reubicarse que en Madrid, y el tráfico es mucho más fluido (aunque quizá debido al hecho de que haya coincidido con el fín de semana y la Semana Santa).

Tocaba volver, pero no sin antes hacer una parada: ya que por primera vez tenía la libertad del coche, no iba a dejar escapar la Sierra de Montserrat. Paré en Esparraguera a repostar y más adelante, según avanzaba por la N-II temerariamente, pues iba mirando más hacia la sierra que hacia la carretera, me iba preguntando por dónde me metería, pues no había planificado nada ni tenía idea de los accesos. Finalmente, con el referente visual de hacia dónde quería ir, me salí por Collbató y conduje por las calles de las urbanizaciones con la suerte de quedar al pie de una pista forestal del parque natural. Me cambié de pantalones en el coche y subí para arriba: los caminos eran fácilmente reconocibles, con numerosos bancales de piedras formando sendas a lo largo de las laderas; no obstante, como iba apresurado de tiempo y la subida hacía demasiadas curvas, en el último tramo de mi trekking de reconocimiento opté por la línea recta... y así alcancé la cumbrera de ese monte. Desde allí se divisaba un valle ascendente, y en lo más alto de éste, algunos de los edificios religiosos de Montserrat. Se me figuraba que en aquellos habitaban unos monjes budistas que realizaban rituales provocando enormes humaredas, que es lo que parecían las neblinas grisáceas que evolucionaban a gran velocidad agarrándose entre las jorobas de camello (1) más elevadas.
montserrat 4
El suelo de Montserrat, visto de cerca, está formado por un composite de piedras de diversos colores: amarillas como azufre; rojas como cerámica; grises, blancas... cantos rodaos unidos con una pasta de cemento que componen una textura variada y casi lisa, pero muy frágil... a veces parece que pisas roca hueca, porosa, ligera. Esta textura me recuerda a las paredes de las cuevas del viejo juego Cadaver, de Bitmap Brothers.
Ha sido una visita fugaz a la cara Sureste, quizá de las menos vistosas; pero al menos la próxima vez que vaya, ya tengo más idea de a dónde tengo que ir.

Retomé el viaje a sobre las 19:30, el sol que se ponía alumbraba de cara y dificultaba la visión, hasta que entrando en Huesca terminó de desvanecerse, y el cielo quedó en un apacible tono morado con algodonosas y retorcidas nubes rosadas: algo de atractivo en medio de un paisaje que de pronto, tras dejar atrás la belleza de los montes y praderas del Penedés de verde brillante y cálido con la luz del atardecer, se había convertido en una estepa desoladora.
Y entonces me salté la salida a la PR-2; y lo que hasta entonces era autopista se convirtió de pronto en carretera de un sólo carril; y me ví en la antigua A-2 frenado al paso de una interminable procesión de camiones. Parecía que me había muerto y una larga caravana de luces rojas peregrinaba en fila hacia un horizonte mortecino, a la luz violácea de los últimos hálitos del sol... ¡desesperación por la lentitud!... pero a falta de 80 kilómetros para Zaragoza, atrapado en esa procesión cansina de almas a la que se había tenido que rendir mi impaciencia, ví la luz: una carretera de conexión con la PR-2... y no lo dudé, salí de allí, corrí solo por fín por una carreterilla vacía entre campos, sin importar a dónde me llevase... y llegué a un puesto de recogida de ticket... ¡la autopista de nuevo!. De nuevo espacio, aire, velocidad... y ánimo.

Pasado Zaragoza hay un gran parque eólico, La Muela, que por la noche ofrece un espectáculo ensoñador: de pronto emerge ante tí un cielo repleto de estrellas rojas; parece que has sido transportado a un universo paralelo. Aunque mirando hacia un lado de la carretera, las nubes iluminadas por una luna casi llena ofrecían por aquella vertiente un telón de fondo celeste que permitía reconocer la silueta negra de los molinos de viento, borrando la sensación de firmamento de estrella rojas, pero ofreciendo otra fotografía también interesante. Es una pena que las escenas nocturnas no puedan ser inmortalizadas por una cámara tal y como las perciben los ojos (aunque las escenas diurnas muchas veces tampoco).

El resto del camino se hizo agradable, poco tráfico, algunas filas de camiones de vez en cuando, y mucha carretera para mí solo. Radio 3 sonando, emitiendo música de grupos alternativos; antes sonaban emisoras catalanas, pues como hago siempre que puedo, prefiero escuchar otros idiomas y aprender pasivamente. Paré a echar más gasolina y a tomarme un refresco en el coche mientras llamaba por teléfono, estacionado en el típico área de servicio con gasolinera a un lado y al otro un motel-club de fluorescentes de colores que indican el tipo de local del que se trata.
De vez en cuando miraba al cielo, y agradecía la presencia de esa luna semillena y de esas nubes dispersas que daban algo de luminosidad a la oscuridad de la noche. Cuando no hay luna ni nubes, se puede ver un estupendo firmamento, pero entonces la autopista se vuelve demasiado oscura, no se ve la forma de las curvas con las distancia suficiente, y la carretera se convierte en una sucesión de líneas discontínuas que pueden tener efectos somníferos. raya - raya - raya - PK- raya - puente - raya - raya - raya - curva - raya - puente - PK - raya - raya ...

Y la llegada a Madrid: reducción de carriles en la N-II por obras; reducción de carriles en la M-30 por obras; corte de todos los carriles de la M-30 en un tramo por... (2), desvío por la ciudad; más reducción de carriles por obras, más desvíos, calles con la dirección cambiada... pero no importaba, porque no había apenas tráfico.
En mi barrio, la calle tenía un aspecto desolador: silencio, no circulaban coches; todo recubierto por una capa de polvo, de las obras, que robaba la alegría de los colores; cajas de cartón erráticas escapadas de algún cubo de basura; y ausencia de gente... vale, era casi la una de la madrugada... pero aquello parecía abandonado.

(1) Las peñas de Montserrat, erosionadas por los elementos, tienen forma de jorobas de camello.
(2) por obras.

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